"La Celestina", según Picasso |
CELESTINA.- Dime, ¿está desocupada la casa? ¿Fuese la moza que esperaba al ministro?
ELICIA.- Y aun después vino otra y se fue.
CELESTINA.- Pues sube rápido al piso alto y baja acá el bote del aceite de serpiente que hallarás colgado del pedazo de la soga que traje del campo la otra noche cuando llovía; y abre el arca de los hilos y hacia la mano derecha hallarás un papel escrito con sangre de murciélago, debajo de aquella ala de dragón al que sacamos ayer las uñas. Ten cuidado, no derrames el agua de mayo que me trajeron a confeccionar.
ELICIA.- Madre, no está donde dices. Jamás te acuerdas de dónde guardas las cosas.
CELESTINA.- No me castigues, por Dios, a mi vejez; no me maltrates, Elicia. Entra en la cámara de los ungüentos y en la pelleja de gato negro donde te mandé meter los ojos de la loba, lo hallarás; y baja la sangre del macho cabrío y unas poquitas de las barbas que tú le cortaste.
ELICIA.- Toma, madre, aquí está.
CELESTINA.- Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos que los hirvientes volcanes manan, gobernador de los tormentos y atormentadores de las almas pecadoras, administrador de todas las cosas negras de los infiernos, con todas sus lagunas y sombras infernales y litigioso caos. Yo, Celestina, tu más conocida cliente, te conjuro por la virtud y fuerza de estas bermejas letras, por la sangre de aquella nocturna ave con que están escritas, por la gravedad de estos nombres y signos que en este papel se contienen, por el áspero veneno de las víboras de que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado, a que vengas sin tardanza a obedecer mi voluntad y en ello te envuelvas y con ello estés sin irte ni un momento, hasta que Melibea lo compre y con ello de tal manera quede enredada, que cuanto más lo mirare, tanto más su corazón se ablande a conceder mi petición, y se lo abras y lastimes del crudo y fuerte amor de Calisto; tanto que, despedida toda honestidad, se descubra a mí y me premie mis pasos y mensajes; y esto hecho, pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces con rapidez me tendrás por capital enemiga; heriré con luz tus cárceles tristes y oscuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre. Y otra y otra vez te conjuro; y así confiando en mi mucho poder, parto para allá con mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto.
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