Porque de ti volví a aprender el nombre de las cosas,
porque de ti volví a aprender lo necesario:
pan, casa, destino, camino.
De ti volví a aprender, del bosque
de tu alegría, de manos
de tu sereno misterio.
Quedaba mucho por hacer:
arreglar la huerta,
hablar con los perros,
pasear por las orillas del otoño.
Quedaba mucho por hacer,
quedaba mucho.
Porque de ti volví a aprender lo necesario,
a prescindir de lo inútil, que nada es precario.
Del brillo de tus ojos, a disfrutar el tiempo lento.
Y cuatro cosas útiles de tu gesto cierto.
Y muchas cosas más de ti aprendí.
Y quedaba mucho por hacer...
A tirar el lastre, de eso que es la existencia;
del tráfico, del peso de los lunes;
gris, cielo, hoguera, camino;
de películas malas;
a robarle el tiempo al minutero;
que los relojes matan el tiempo.
Quedaba mucho por hacer:
recoger los sueños en las noches frías,
como cuando no hay peces, recojo las redes vacías.
Quedaba mucho por hacer,
quedaba mucho.
Aprendí a sumar lo lógico y lo incierto,
a poner la mesa.
Aprendí a tolerar la presencia necesaria
de las arañas.
Aprendí a soportar sólo lo soportable.
Y quedaba mucho por hacer,
rechazar el tedio, luchar contra él.
Y quedaba mucho por hacer...
Limpiar de malas hierbas el prado,
arrancar las rejas y cercados,
hacer montones: perros con gatos,
hacer montones: soles y estrellas;
borrar las señales de vuelo
para que los pájaros sean dueños del cielo.
Y quedaba mucho por hacer.
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